martes, 18 de agosto de 2009

LE JARDIN DES SUPPLICES, El jardín de los suplicios (1899).
OCTAVE MIRBEAU



Fragmento:

Se ovilló junto a mí, completamente pegada a mí, insinuante y tierna.

- ¡No quieres escucharme, malo! - Reprendió - ¡Y ni siquiera me acaricias!
¡Acaríciame, querido! Toca mis pechos, ¡Qué fríos y duros están! Y con voz sorda volviendo hacia mí sus ojos que brillaban con llamas verdes, voluptuosa y cruel, dijo:


- Hace exactamente ocho días vi una cosa extraordinaria. Oh, amor mío, vi como azotaban un hombre porque había robado pescado (…) Sucedió en el jardín de los suplicios. Intenta imaginarte la escena, el hombre estaba arrodillado, con la cabeza apoyada en una especie de tronco, ennegrecido por la sangre reseca. Tenía la espalda desnuda, de un color de oro viejo. Yo llegué justo en el momento en que un soldado estaba atando su larguísima coleta a una anilla clavada en una piedra del adoquinado. Al lado del condenado, otro soldado, encandecía al fuego una de una forja una varita de hierro. ¡y ahora, escúchame bien! ¿Me escuchas?... cuando la varita estaba al rojo vivo, el soldado le hacía vibrar en el aire, y la dejaba caer sobre la espalda del condenado. La varita hacía fiu, en el aire, y penetraba en los músculos que chisporroteaban, y de los que se desprendía un halo rojizo… ¿comprendes? Entonces el soldado, dejaba que el hierro se enfriase en la carne, que se hinchaba y se retraía; luego, cuando estaba frío, lo sacaba con un golpe violento, arrancando pequeños jirones sanguinolentos… y el hombre profería espantosos gritos de dolor. Luego, el soldado comenzaba de nuevo. Lo repitió quince veces. Sentía, alma mía, como si a cada golpe la varita penetrara también en mis carnes… ¡Atroz, delicioso!


Y como yo permanecía en silencio, repitió:


- ¡Atroz y delicioso! ¡Si supieses qué hermoso y fuerte era aquel hombre! Músculos esculpidos… ¡Abrázame, amor mío, abrázame!

Las pupilas de Clara habían desaparecido. Por entre los párpados semiabiertos solo veía el blanco de los ojos. Todavía dijo:

- Estaba quieto. En la espalda tenía como pequeñas ondas. ¡Oh, abrázame!